Naturalización de la violencia: resultado de la relación entre sonidos y emociones
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Del 6 al 12 de mayo se llevó a cabo el XXIII Festival Internacional de la Imagen, en la ciudad de Manizales, y el XX Foro Académico Internacional de Diseño y Creación, en el que dos docentes uniquindianos participaron con la ponencia Análisis de la percepción de estímulos afectivos en jóvenes colombianos.
Catalina Aguirre Grisales, docente de la facultad de Ingeniería de la Universidad del Quindío y PhD en Ingeniería, y Julián Esteban Carmona Patiño, docente de la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Quindío y Magister en Música, reflexionaron acerca de cómo la música y el sonido tienen la capacidad de evocar emociones y despertar recuerdos, lo que puede funcionar como señales de alerta frente a potenciales peligros.
La ponencia, resultado de investigación doctoral de Aguirre Grisales, mostró algunos aspectos fundamentales no esperados de la relación que existe entre el sonido y las emociones, a través de un diseño experimental aleatorio que evidenció la hipótesis de que en Colombia la constante omnipresencia de imágenes y relatos violentos ha hecho que los jóvenes sientan la violencia como una situación cotidiana.
Carmona Patiño explicó que, por medio del banco de datos internacional de sonidos digitalizados, compuesto por 170 sonidos y parametrizados con la valoración de la escala del placer, escogieron 30 sonidos extremos clasificados según la afección: de 1 a 4 son sonidos negativos (de violaciones, asesinatos, disparos, gritos, etc.), de 4 a 6 son sonidos neutrales (de naturaleza, relajantes, meditativos) y de 6 a 10 son sonidos positivos (risas, fiesta, expresiones de niños, alegrías).
“Dentro de esa parametrización de la escala del placer está la de activación, además de la de afección, que es la que te mueve o te hace reaccionar corporalmente. Cada sonido duraba 6 segundos, y lo que se implementó fue una encuesta gráfica en la que, al momento de escuchar el sonido con audífonos, cada estudiante marcaba el emoticón con la emoción que le había generado”, señalaron los docentes.
Ambos se dieron cuenta que los jóvenes tienden a normalizar los estímulos negativos. Es decir, que cuando escuchan sonidos violentos reaccionan normal, como si no les alterara nada. La reacción a los sonidos también está relacionada con la experiencia y la memoria individual, porque nuestro contexto deja huella de lo que el cuerpo y la mente recuerdan.
Aguirre Grisales contó que uno de los estudiantes que participó en el proyecto es de Buenaventura, Valle, y que al preguntarle cómo se había sentido, le dijo que todo bien, todo tranquilo, sin sorpresas. ¿Pero cómo así? Le preguntó Aguirre Grisales, y él le respondió: sí, es como cuando uno escucha al vecino, porque yo vengo del barrio donde están las casas de pique de Buenaventura, entonces para mí es normal escuchar sonidos violentos.
Las alarmas se encendieron cuando observaron que los resultados de los sonidos negativos se estaban acercando a la escala 3-4 (casi neutral o normal). Y la preocupación de los investigadores los llevó a reflexionar sobre la naturalización de la violencia en nuestro país, de manera que a través de la ponencia realizada la semana pasada, dialogaron sobre la forma en que se debe hacer pedagogía y sensibilización acerca de esta problemática, con la mirada puesta en buscar alternativas no sólo dentro de la Universidad del Quindío o de las instituciones de educación superior, sino también en la forma en que vivimos y nos relacionamos.
Fecha de publicación 14/05/2024
Última modificación 14/05/2024